jueves, 26 de julio de 2012

Confiar en las instituciones (1)



El sociólogo del Derecho Niklas Luhmann decía en su libro “La Confianza”, que ésta, “en el sentido más amplio del término, es decir el hecho de fiarse a las expectativas de uno mismo, constituye un elemento básico de la vida en sociedad. Ciertamente, el hombre tiene, en diversas circunstancias, la posibilidad de acordar o no su confianza. Pero, si no confiase de manera cotidiana, no lograría siquiera salir de la cama cada mañana. Una angustia indeterminada y una repulsión paralizante lo acosarían. No sería ni siquiera capaz de formular una desconfianza definida y de hacerla el principio de base de medidas autodefensivas, porque implicaría que acuerda su confianza en otras situaciones. Todo sería entonces posible. Nadie puede soportar semejante confrontación inmediata con la más extrema complejidad del mundo”.
Y, en efecto, el mundo en que vivimos es cada día más complejo. Sin embargo, en nuestro México, hace décadas que nuestros supuestos representantes se han dedicado a fomentar el doble discurso y la falsa moral destruyendo poco a poco la confianza ciudadana en las instituciones y en la sociedad. En México hoy en día difícilmente podemos confiar en el mecánico, en el plomero, en el médico y muchísimo menos en los abogados, en las autoridades o en nuestros “representantes”. En suma, no se puede confiar en los sistemas ni en las instituciones. La sombra de la duda siempre está allí y hemos llegado al punto en que no podemos seguir viviendo así. Sara Sefchovich en su excelente libro “País de mentiras” hace un recuento desolador y necesariamente incompleto del catálogo de falsedades que han servido para despolitizar y manipular a la sociedad a lo largo de lustros y lustros. Pero tal vez lo más desolador, es que esa labor de zapa ha destruido completamente uno de los sistemas que más deberían generar confianza: el sistema de procuración e impartición de justicia. Tanto ha corroído la corrupción, el ego y la megalomanía a estos sistemas que sus palabras y conceptos se han vaciado de contenido y no sólo no generan confianza sino que dan miedo. Yo quisiera saber ¿quién cree aún que en los Estados existe separación de poderes? ¿quién duda que a los presidentes de los tribunales de justicia los nombran los gobernadores? ¿quién cree que las maratónicas borracheras de los Ministerios Públicos se pagan con su puro sueldo? ¿quién cree que si denuncia un delito habrá castigo para el verdadero culpable?...
En el país de la ambigüedad se ha hablado siempre de valores, o de su recuperación pero lo que en realidad se ha fomentado es: La Ley de Herodes, el agandalle, la transa, el cinismo, el clasismo, el racismo, la exclusión, la discriminación, la homofobia, el machismo, el abuso de poder y un largo etcétera que nos hace imposible ya poder confiar.

viernes, 13 de julio de 2012

Los guardianes del Estado de Derecho


Los guardianes del Estado de Derecho


Hoy 12 de julio se celebra en México el día del abogado. Como todos los años habrá discursos, regalos, loas a los destacados juristas, al Estado de Derecho y la Justicia. Desafortunadamente en México no hay nada que celebrar. Existen, sin dudarlo, juristas honestos y brillantes pero son una minoría que lucha desesperadamente por hacer cambiar las cosas. La verdad es que en México no existe un Estado de Derecho digno de ese nombre y que muchos de quienes se supone que son los “Guardianes de ese Estado de Derecho”: los actores o agentes jurídicos (abogados postulantes, jueces, magistrados, ministros, profesores de derecho, legisladores) han contribuido por acción u omisión a preservar un sistema que funciona a velocidades distintas dependiendo de la persona que se ve confrontada con su engranaje: el dinero y las influencias políticas son su combustible vital.

Un engranaje perfectamente aceitado con la corrupción, el influyentismo y la cerrazón que se destila y reproduce desde las aulas mismas de las escuelas y facultades de derecho cuyos estudiantes no dudan en llamar cínica y jocosamente el “Parque Jurídico”. Parque donde se sigue pensando que saber derecho es conocerse un código de memoria, dos o tres malas citas de libros que jamás han leído y alabar a la autoridad, a la Ley y valores que jamás han respetado.

La imagen del jurista cultivado, que existía quizá hasta principios del siglo XX en México ha ido dejando su lugar a la del “abo-gángster” de formación mediocre, de hablar cantinflesco, nula cultura general, corrupto y políticamente camaleónico. Paradójicamente, a lo largo y ancho del país han proliferado los posgrados en Derecho, los cursos, talleres y diplomados. Sin embargo, el nivel intelectual de la mayoría de los abogados es hoy más mediocre que nunca y la mayoría de las Barras , Colegios y Asociaciones de Abogados sigue sirviendo sólo de trampolín político para unos cuantos.

Hoy, al amparo de legalismos y triquiñuelas jurídicas, estamos en vísperas de que se consume un golpe más a la ya de por sí abollada imagen de los juristas. Estamos en la penosa espera de que pseudo defensores del Estado de Derecho le den una puñalada más a la Justicia en nombre de conceptos que ellos mismos han vaciado de todo contenido: apego irrestricto a la Ley, legalidad, Estado de Derecho etc. Tienen en sus manos recobrar la perdida confianza de los ciudadanos en el Derecho y sus instituciones o preservar su México del doble discurso y de la impunidad, de la ley del más fuerte y del que más puede pagar, aunque el dinero para ello tenga como fuente la ilegalidad. Temo saber de antemano hacia dónde los van a llevar sus vacuas conciencias, aunque espero aún equivocarme.

Hoy, en efecto, no hay nada que celebrar. Pero queda la esperanza de que una ciudadanía empoderada donde también participan juristas comprometidos y honestos, logre impedir que sigamos sumidos en la barbarie jurídica y política y que se comiencen a sentar las bases de un verdadero Estado de Derecho.