martes, 21 de febrero de 2012

Servidumbre voluntaria y autoritarismo



En nuestro artículo anterior mencionábamos la existencia en México de un doble discurso generalizado, de una doble moral que lo corroe todo. Hay que reconocer que nada ni nadie puede salir indemne de 70 años (en algunos estados más), de un régimen autoritario y sobre todo de sus métodos. Casi un siglo durante el cual toda la ambigüedad y todos los vicios del sistema permearon hasta lo más profundo del alma de buena parte de los mexicanos. No se trata de sacar de nuevo el trillado argumento de los valores perdidos, con el que no coincidimos y del que nos ocuparemos en otro momento, y tampoco de hacer psicología social de bolsillo. Queremos, sin embargo, subrayar las consecuencias de heridas que aún no cicatrizan. Los orígenes y la persistencia de una idiosincrasia de la “servidumbre voluntaria”, para utilizar los términos de Etienne de La Boétie. Las implicaciones de la esquizofrenia y la paranoia provocada casi subrepticiamente por un lenguaje doble, y hueco, porque se ha ido vaciando de todo sentido. Esta estrategia de control se refleja con bastante claridad en el oximorón que es el nombre del que fuera (y en algunas zonas sigue siendo) el partido oficial, hegemónico y todopoderoso. Cómo explicar la enorme contradicción entre ser revolucionario e institucional. Hoy a casi nadie en México (en el extranjero sí), le llama la atención semejante contradicción porque ninguno de los dos términos tiene sentido ya: nunca se consolidó la revolución y las instituciones son meros cascarones.

El régimen de partido hegemónico inteligente o instintivamente “se construyó” una contradictoria historia lineal desde la independencia hasta la revolución y se autonombró “heredero” de todos los “valores emanados” de ella. Se nos impuso y se reprodujo (en el sentido bourdieusiano) esa historia hasta la saciedad, hasta afinar la buena marcha de un enorme mecanismo aceitado con corrupción y clientelismo cuya promesa perpetua es la de “repartir el pastel” y “salpicar”. En la espera permanente de esas “salpicaduras” (entiéndase por éstas: láminas, pollitos, camisetas, tortas, becas o algún puesto de marras) gran parte de la población aceptó callar (y en particular los “guardianes” del Estado de derecho de quienes nos ocuparemos en otro momento), aceptó participar y validar con su voto o su silencio un proyecto que se fue convirtiendo en un “tiranosaurio” que “aún sigue ahí”. Una de las estrategias favoritas y más eficaces de tal proyecto ha sido precisamente vaciar de todo contenido, de todo sentido, términos como democracia, respeto irrestricto a las leyes, estado de derecho, derechos humanos, constitución, revolución, institución, Ley, en fin, la lista es demasiado larga. El doble discurso y la vacuidad son entonces elementos fundacionales de nuestra endeble República.

En el momento en que se empezó a perfilar la posibilidad de la alternancia, muchos pensaron ingenuamente que ella bastaría para cambiarlo todo y se negaron a reflexionar la posibilidad de que los demás partidos y en realidad gran parte de la población estuviese ya “contaminada” por el “virus del autoritarismo” y que decisiones tomadas en la paranoia de la Guerra Fría tendrían consecuencias en el Siglo XXI : “Los operadores sabían que tenían a su favor leyes que se utilizaban con un doble sentido: golpear a los enemigos y dar impunidad a los miembros del aparato de seguridad. Para que la lealtad sea ciega, tiene que haber una impunidad igualmente ciega.”... “En las docenas de conversaciones que el autor (Sergio Aguayo) sostuvo con veteranos del aparato de seguridad, fue notable la poca importancia que éstos le concedían a las leyes y a la vida humanas . (…) La legalidad era concebida de una manera igualmente distante, instrumental y ajena”. (Sergio Aguayo en 1968 Los archivos de la violencia p. 40 http://www.sergioaguayo.org/html/libros/1968.html)
Que sea historia desconocida o que hayamos querido olvidarla no cambia el resultado final: las heridas no cierran así nada más y el negar que ciertos fenómenos existan no hace que desaparezcan, antes bien permanecen ahí soterrados, incubándose, esperando el momento de estallar.





  1. Autoritarismo y criminalización de la protesta.

Tomemos algunos ejemplos concretos: la revuelta siempre ha estado presente en la sociedad mexicana (cf: http://www.eumed.net/libros/2007b/295/), pero ha sido mañosamente negada, cooptada, corrompida o reprimida. Lo mismo ha sucedido con el tráfico de drogas y de personas, el abuso del poder, el nepotismo, el compadrazgo, la hambruna, la miseria y las violaciones a los derechos humanos en general: nunca han desaparecido, ni disminuido sólo nos han escondido una verdad que los “ciudadanos” hemos preferido no ver o callar por décadas. Y quienes se atrevieron a alzar la voz fueron golpeados, vejados, comprados o yacen bajo tierra. En una excelente investigación de Diego Osorno (Nadie se acuerda de Julián
http://nuestraaparenterendicion.com/index.php?option=com_k2&view=item&id=852%3Ala-historia-del-olvidado-comandante-slim-helú&Itemid=104), el ex guerrillero Gustavo Hirales lo dice claramente: “La DFS fue la cantera de los jefes del narco. Miguel Félix Gallardo, Amado Carrillo, muchos capos de la droga estuvieron ahí… ¿Dónde están los buenos policías?” Estos “entes” se gestaron en épocas en que el ejército y la policía en vez de aplicar la ley ejercitaban la venganza y ofrendaban cadáveres para calmar la ira de los empresarios. ¿Se dan cuenta que hablo de hechos sucedidos a mediados del siglo pasado pero de tal actualidad que parece que fue ayer? Hay pues una serie de heridas que siguen abiertas y hechos de un pasado cercano que siguen teniendo consecuencias hoy en día. Hace unos días falleció uno de estos siniestros personajes, Nazar Haro, quien hasta la muerte siguió considerando que todo lo que había hecho era por el “bien de la nación” y por la paz de las “familias revolucionarias”, el mismo discurso de Gustavo Díaz Ordaz o de Luis Echeverría. Quienes cual amorosos padres debían cuidar y apaciguar a los injustos y revoltosos hijos que se atrevían (movidos por fuerzas seguramente comunistas) a criticar al padre y a exigir sus derechos. El “buen hijo” debía ser pasivo y las escuelas debían enseñar eso: a ser buenos hijos que aceptan todo lo que el padre diga sin chistar.

  1. ¿Genética social?

Es probable, aunque aún es mera hipótesis, que los rasgos esquizofrénicos y autoritarios de una sociedad con su carga de exclusión, racismo, clasismo, homofobia y todo tipo de discriminación que se quiera agregar, se hayan ido transmitiendo de generación en generación como sucede con la genética de los individuos. Si el análisis del caso mexicano desde este punto de vista está pendiente, la “genética social” (la expresión es nuestra), existe como disciplina y se llama en realidad memética (creada por el etólogo británico Richard Dawkings cf: http://es.wikipedia.org/wiki/Memética).
A este fenómeno se refería recientemente José Antonio Crespo como “Persistencias del virreinato
(http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2012/01/56659.php). Más allá del debate teórico en torno a la validez científica de la memética, me parece que es una pista que es necesario explorar. Hasta hoy, los pocos trabajos conocidos, al menos por nosotros, en materia de psicología del derecho, por dar un ejemplo, vienen casi exclusivamente de las grandes universidades del centro del país y tienen un eco casi nulo. Otro rasgo que tiene que ver también con una voluntad política y tecnocrática de eliminar o bloquear el pensamiento y la reflexión de las humanidades en las universidades (cf. Francisco Valdés Ugalde, “Humanidades, educación y democracia”
http://www2.eluniversal.com.mx/pls/impreso/opinion.html?id=56617&t=1). Si eventualmente existiesen en México estudios serios sobre la transmisión y persistencia de los rasgos (memes) autoritarios en la población, seguramente su difusión es mala. ¿Tal vez porque no conviene que se conozcan? Sería interesante estudiar cómo el formalismo nacionalista (homenajes de los lunes, protocolos, discursos) nos ha hecho patrioteros y xenófobos pero no buenos ciudadanos. La obsesión militarista de los uniformes, que compartimos con China tampoco es anodina. La enseñanza de la historia y de sus contenidos; el impacto de las telenovelas o de programas “cómicos” como el tristemente célebre “Chespirito” y un largo etc. ¿Por qué la pasividad del mexicano? ¿Por qué su alergia a las manifestaciones críticas? ¿Su miedo a la confrontación frontal y al cuestionamiento? Me podrían señalar que algunos de esos rasgos existen también en otras sociedades. Sin duda, sin embargo en México se ven exacerbados. ¿Quiero esto decir que ya hoy “la corrupción somos todos” y que no existe más la honestidad? No, pero hay que reconocer que hay un caldo de cultivo que favorece el abuso, la frustración, la corrupción, el miedo y la mediocridad. Y como en el caso de los alcohólicos, hay que empezar por reconocer la existencia del problema para poder atacarlo. Nuestros sociólogos tienen pues mucho trabajo y resultados que difundir...