viernes, 3 de agosto de 2012

Confiar en las instituciones (2)




Mientras las instituciones terminan de desmoronarse, el país pareciera dividirse ineluctablemente en tres:
a) quienes pensamos que no podemos seguir así y confiamos en un cambio pacífico pero profundamente radical;
b) aquellos que prefieren con su apatía perpetuar el autoengaño y la impunidad y 
c) aquellos cuyos intereses importan más que lo que pueda pensar una “horda de “miserables”. Dentro de estas tres divisiones hay obviamente una multitud de subespecies entrampadas todas en una transición que nunca llegó.

Debo confesar que por más vueltas que le doy no logro entender que aún haya gente que apoye al PRI por convicción. Entiendo a los que tienen algún interés particular a los jerarcas locales y nacionales de esa mafia y quizá hasta a quien, empujado por el hambre y la necesidad, vende su voto. Pero a aquellos que, al menos en apariencia, no tienen nada que ganar más que la eventual posibilidad de que los “salpiquen”, sólo me los explico a través del “modelaje”, la lenta pero persistente “construcción” de una “servidumbre voluntaria” de individuos cebados en el cinismo, la apatía y la mala fe.
Algo interesante al revisar los “argumentos” de los defensores del PRI en las redes sociales durnte las pasadas elecciones era justo la falta de argumentos pues se limitaban siempre a proferir una serie de lugares comunes y frases hechas en cuyo trasfondo vale la pena detenerse ( o al menos en un par de ellos porque el catálogo es amplio).
  • la paradójica descalificación en base al pasado priista de AMLO: Más allá del contexto muy particular del paso de AMLO por el PRI, la paradoja reside en que súbitamente para los priistas era reprochable haber pertenecido a ese partido, algo como “es tan malo como nosotros y por ende no tiene derecho a criticarnos” o, tal vez “no pudo haber pasado por las filas del partido sin haberse, y seguir, manchado” Una suerte de “pecado original” denunciado por pecadores. Algo que rebasa toda lógica
  • el “argumento” “socialista” con lugares comunes de la derecha. El reproche de ser “socialista o comunista” amén de anacrónico (tiene incluso un tufo de Guerra Fría) resulta inverosímil en la boca de militantes de un partido que porta en su nombre el título de “revolucionario” y sólo se explica por el desconocimiento de la historia (orígenes y evolución) de su propio partido
  • el “argumento” del mesianismo y la violencia tienen relación con el punto anterior y derivan de los clásicos argumentos de la historiografía conservadora que durante la Guerra Fría descalificaba todo lo que proviniese de la izquierda acusándolo de mesiánico y violento (así lo señala Enzo Traverso en su libro “La historia como campo de batalla)

Finalmente, aunque todos se decían lectores (reacción defensiva natural ante las evidencias de la incultura de su candidato) son bastante obvias sus lagunas en historia y filosofía política o en análisis sociológico de lo que pasa en el mundo. En todo caso, las contradicciones ideológicas pueden parecer normales si se considera que el oximorónico PRI, hace mucho que dejó en el camino toda ideología para convertirse en un “camaleón” al servicio de un neoliberalismo a ultranza.

Ahora bien, a lo anterior también contribuye el hecho de que en la construcción del “mexicano promedio” (militante o no) ha participado no sólo el Partido de Estado sino también la escuela, la iglesia, las familias, en fin, las instituciones en general. Por eso se le hace fácil a algunos decir que la TV no puede tener “tanta” fuerza de manipulación como para controlar a buena parte de la población. Olvidan que no es sólo la TV sino todo un sistema, la sociedad en su conjunto: son domesticadas y domestican.
La influencia de los medios masivos de comunicación ha sido objeto de numerosos trabajos que muestran claramente su capacidad nociva. Se me viene a la cabeza textos de Bourdieu (“Sobre la televisión”), de Chomsky (La propaganda y la opinión pública), de André Schiffrin (El control de la palabra) o hasta el olvidado clásico “Para leer el pato Donald” de Ariel Dorffman y Armand Mattelard por citar sólo algunos. Amén de que la propia literatura mexicana ha denunciado o al menos mostrado desde siempre las conocidas trampas del que nunca ha dejado de ser un partido hegemónico y de sus secuaces (Y Matarazo no llamó de Elena Garro; El Complot Mongol de Rafael Bernal; Dos Crímenes o Las Muertas de Ibargüengoitia, etc.).
En suma, no podemos tampoco confiar en los medios masivos y, hacernos una idea más o menos objetiva de la realidad implica leer más, buscar, discernir criticar, es decir tener una actitud que todavía se encuentra ausente en buena parte de la población mexicana.