Mientras las
instituciones terminan de desmoronarse, el país pareciera dividirse
ineluctablemente en tres:
a) quienes pensamos que no podemos seguir
así y confiamos en un cambio pacífico pero profundamente radical;
b) aquellos que prefieren con su apatía perpetuar el autoengaño y
la impunidad y
c) aquellos cuyos intereses importan más que lo que
pueda pensar una “horda de “miserables”. Dentro de estas tres
divisiones hay obviamente una multitud de subespecies entrampadas
todas en una transición que nunca llegó.
Debo confesar que por más
vueltas que le doy no logro entender que aún haya gente que apoye al
PRI por convicción. Entiendo a los que tienen algún interés
particular a los jerarcas locales y nacionales de esa mafia y quizá
hasta a quien, empujado por el hambre y la necesidad, vende su voto.
Pero a aquellos que, al menos en apariencia, no tienen nada que ganar
más que la eventual posibilidad de que los “salpiquen”, sólo me
los explico a través del “modelaje”, la lenta pero persistente
“construcción” de una “servidumbre voluntaria” de individuos
cebados en el cinismo, la apatía y la mala fe.
Algo interesante al
revisar los “argumentos” de los defensores del PRI en las redes
sociales durnte las pasadas elecciones era justo la falta de
argumentos pues se limitaban siempre a proferir una serie de lugares
comunes y frases hechas en cuyo trasfondo vale la pena detenerse ( o
al menos en un par de ellos porque el catálogo es amplio).
- la paradójica descalificación en base al pasado priista de AMLO: Más allá del contexto muy particular del paso de AMLO por el PRI, la paradoja reside en que súbitamente para los priistas era reprochable haber pertenecido a ese partido, algo como “es tan malo como nosotros y por ende no tiene derecho a criticarnos” o, tal vez “no pudo haber pasado por las filas del partido sin haberse, y seguir, manchado” Una suerte de “pecado original” denunciado por pecadores. Algo que rebasa toda lógica
- el “argumento” “socialista” con lugares comunes de la derecha. El reproche de ser “socialista o comunista” amén de anacrónico (tiene incluso un tufo de Guerra Fría) resulta inverosímil en la boca de militantes de un partido que porta en su nombre el título de “revolucionario” y sólo se explica por el desconocimiento de la historia (orígenes y evolución) de su propio partido
- el “argumento” del mesianismo y la violencia tienen relación con el punto anterior y derivan de los clásicos argumentos de la historiografía conservadora que durante la Guerra Fría descalificaba todo lo que proviniese de la izquierda acusándolo de mesiánico y violento (así lo señala Enzo Traverso en su libro “La historia como campo de batalla)
Finalmente, aunque todos
se decían lectores (reacción defensiva natural ante las evidencias
de la incultura de su candidato) son bastante obvias sus lagunas en
historia y filosofía política o en análisis sociológico de lo que
pasa en el mundo. En todo caso, las contradicciones ideológicas
pueden parecer normales si se considera que el oximorónico PRI, hace
mucho que dejó en el camino toda ideología para convertirse en un
“camaleón” al servicio de un neoliberalismo a ultranza.
Ahora bien, a lo anterior
también contribuye el hecho de que en la construcción del “mexicano
promedio” (militante o no) ha participado no sólo el Partido de
Estado sino también la escuela, la iglesia, las familias, en fin,
las instituciones en general. Por eso se le hace fácil a algunos
decir que la TV no puede tener “tanta” fuerza de manipulación
como para controlar a buena parte de la población. Olvidan que no es
sólo la TV sino todo un sistema, la sociedad en su conjunto: son
domesticadas y domestican.
La influencia de los medios masivos de
comunicación ha sido objeto de numerosos trabajos que muestran
claramente su capacidad nociva. Se me viene a la cabeza textos de
Bourdieu (“Sobre la televisión”), de Chomsky (La propaganda y la
opinión pública), de André Schiffrin (El control de la palabra) o
hasta el olvidado clásico “Para leer el pato Donald” de Ariel
Dorffman y Armand Mattelard por citar sólo algunos. Amén de que la
propia literatura mexicana ha denunciado o al menos mostrado desde
siempre las conocidas trampas del que nunca ha dejado de ser un
partido hegemónico y de sus secuaces (Y Matarazo no llamó de Elena
Garro; El Complot Mongol de Rafael Bernal; Dos Crímenes o Las
Muertas de Ibargüengoitia, etc.).
En suma, no podemos
tampoco confiar en los medios masivos y, hacernos una idea más o
menos objetiva de la realidad implica leer más, buscar, discernir
criticar, es decir tener una actitud que todavía se encuentra
ausente en buena parte de la población mexicana.
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